
En la sociedad contemporánea, el lenguaje emocional ha ganado un lugar central, legitimando la idea de que nuestras emociones son guías válidas para la acción y la toma de decisiones. Esta tendencia, que a primera vista podría parecer un avance hacia una mayor sensibilidad y autenticidad, esconde una estrategia mucho más profunda y conveniente para el sistema neoliberal en el que estamos inmersos. Al centrarnos en lo que "sentimos" en lugar de lo que "pensamos" o "analizamos", se perpetúa un modelo que no solo alienta el consumismo, sino que también dificulta el cuestionamiento crítico de las estructuras de poder.
Uno de los pilares de esta estrategia es el uso de las emociones como motor del consumo. Las industrias publicitarias y de marketing se han especializado en manipular las emociones para crear necesidades y deseos. La lógica es simple: si los consumidores basan sus decisiones en lo que sienten, entonces los productos pueden presentarse no solo como útiles o necesarios, sino como experiencias que nos permiten sentirnos más felices, seguras o realizadas. El consumo emocional se convierte en una forma de validación personal y autoexpresión, con lo que la compra de bienes y servicios no solo es una acción económica, sino un acto de autenticidad.
Este enfoque, sin embargo, tiene un doble filo. Por un lado, se explora y explota la subjetividad del consumidor, desviando la atención de preguntas más profundas sobre si realmente se necesita lo que se compra o si estas prácticas alimentan un ciclo de dependencia emocional y material. Por otro, el lenguaje emocional ayuda a despolitizar los debates. Si el criterio último de verdad es lo que uno "siente", entonces se hace difícil cuestionar cualquier posición sin invalidar la experiencia subjetiva del otro. Así, la emocionalidad se convierte en un escudo que protege al sistema neoliberal de críticas estructurales, haciendo que las preguntas sobre justicia social, desigualdad o explotación queden relegadas a un segundo plano.
Sin embargo, conviene reconocer que las emociones no son inherentemente negativas o manipuladoras. Cuando se integran de forma equilibrada con la razón, las emociones pueden ser un motor de cambio positivo. Emociones como la indignación ante la injusticia o la empatía hacia otros pueden impulsar acciones que buscan transformar la sociedad para mejor. Aquí es donde la filosofía aristotélica, con su concepto de phronesis o sabiduría práctica, es iluminadora: la verdadera virtud reside en equilibrar la emoción y la razón, encontrando el justo medio que permita actuar de manera ética y efectiva.
El feminismo también ha jugado un papel importante en este enfoque. Históricamente, las emociones fueron vistas como un ámbito femenino y, por tanto, menos válido en un mundo dominado por la razón masculina. Sin embargo, el feminismo ha reivindicado las emociones como una fuerza política legítima. La indignación y la empatía, por ejemplo, han sido motores para la movilización y el cambio social en la lucha por los derechos de las mujeres y otros colectivos oprimidos. Las emociones compartidas y canalizadas colectivamente pueden ser herramientas poderosas de resistencia y cohesión comunitaria, desafiando la lógica neoliberal del individualismo y el consumismo.
Para una sociedad más consciente y equilibrada, necesitamos aprender a discernir cuándo es adecuado que las emociones guíen nuestras decisiones y cuándo es necesario que la razón tome el relevo. Esto implica no solo educar en la importancia de ambas dimensiones, sino también desarrollar un lenguaje que sepa integrar y matizar la emoción y la razón según el contexto. Las emociones, cuando se usan con sabiduría y no de forma manipulada o descontrolada, pueden ser grandes aliadas de la razón para construir un mundo más justo y humano.
En definitiva, el verdadero desafío contemporáneo no es rechazar las emociones en favor de la razón, o viceversa, sino encontrar un equilibrio adecuado entre ambas, que nos conduzca al desarrollo de sociedades regidas por principios éticos y garantes de una vida plena, en la que nuestras decisiones y comunicaciones sean más precisas, efectivas y alineadas con un propósito colectivo y emancipador.
Publicado en Revista Connexió de ASPACE nº 43
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