
En la entrada de hoy quiero presentaros a esa señora tan desprestigiada hasta ahora en nuestra sociedad y con quien siempre nos han recomendado tener cuanto menos relación mejor. Casi no queremos ni reconocerla cuando nos sorprende con su presencia, en alguno de nuestros ir y venir.
Te invito a sentarte en una postura cómoda, cerrar los ojos, respirar unos minutos poniendo atención a cada inspiración y expiración. Ahora deja que te venga al pensamiento algo que te ha pasado o te han hecho y no te ha gustado. Quédate ahí un momento y observa con curiosidad.
¿Qué le pasa a tu cuerpo? ¿Cómo está? ¿Dónde sientes algo diferente?
¿Te resulta cómodo o incómodo? ¿Qué quieres hacer? ¿Qué te pide el cuerpo?
Charles Darwing ya postuló en su día sobre la cuestión de las emociones en animales y seres humanos. L as definía como un conjunto reacciones físicas experimentadas por diferentes especies para adaptarse al medio. Algunas son innatas y otras las hemos ido desarrollando al paso de la evolución.
Nuestra señora desprestigiada, con el paso del tiempo y la influencia de diferentes culturas, es una de esas emociones que nos han permitido durante años adaptarnos al medio y sobre vivir. La rabia -o ira- produce un aumento del ritmo cardíaco, la respiración se acelera, se tensan los músculos, se dispara el flujo sanguíneo… Si bien estos son rasgos comunes, luego cada persona puede experimentar sensaciones en diferentes partes del cuerpo. Nos carga de energía para poder defendernos de un presunto ataque. En mi caso por ejemplo se manifiesta con un nudo en el estomago, la mandíbula apretada y mucha tensión en la zona del cuello. Cuando aparecen estos síntomas sé que mi amada rabia ha vuelta a visitarme.
Al hablar de la rabia, quizás pensemos en la que experimentamos cuando nos sentimos atacados, cuando alguien nos hace algo que no nos gusta. Sin embargo, aunque de una manera mucho más sutil, a veces se manifiesta la ira cuando me estoy atacando a mi mismo. Sí, sí, como lo estáis leyendo. A menudo nos atacamos a nosotros mismo y no nos damos cuenta.
Cuando no nos gusta nuestro trabajo y seguimos en una rutina sin ni siquiera mirar si hay otras posibilidades, nos estamos atacando a nosotros mismos; cuando seguimos en esas relaciones que ya no nos nutren y ni tan solo comunicamos nuestra sensación, también nos estamos agrediendo; cuando aceptamos sobrevivir sin antes ponernos a construir alternativas, nos estamos agrediendo; y cuando nos negamos a aceptar lo que nos toca vivir, como la mejor oportunidad para algo que quizás desconocemos, nos hemos vuelto a agredir. Por ejemplo. Mi discapacidad física me ha parecido la maravillosa oportunidad de aprender y mirar des de un determinado prisma, de desarrollar otras capacidades…
Si ya se nos hace arduo reconocer la rabia contra otros, todavía se nos hace más difícil reconocer la que experimentamos contra nosotros mismos. Así que, cuando aparece esa dama, mejor giramos la cara para ni tan solo darnos cuenta que está ahí. Pasa que, aunque no la miremos, la señora continua pasando por nuestro lado una y otra vez, para, o bien descargar contra otros, o bien paralizarnos por completo. En el peor de los casos esto puede llegarnos a traer trastornos de salud.
Hemos dicho que la rabia provoca una activación de energía importante y, precisamente, es energía lo que necesitamos las personas para crecer, asumir nuestra responsabilidad y provocar cambios hacia la construcción de nuestra propia realidad. Así pues, si en vez de girar la cara a la señora rabia, la miramos a los ojos con comprensión, le agradecemos su presencia, le preguntamos para qué ha venido y empezamos un dialogo con ella, nos va a dar muchas pistas de que acciones tomar. Pero es que además nos va a dar toda su energía, de manera dosificada, para irlas llevando a cabo.
Yo mismo viví esta transformación y, por eso, te invito a enfado-accionarte.
Recibe un sentido abrazo
Añadir nuevo comentario